domingo, 17 de julio de 2011

EL IMPERIO DE LA MENTIRA

El imperio de la mentira









News of the World
Primera y última portada del tabloide de Murdoch


José Ramón Martín Largo – laRepúblicaCultural.es

Sin él la OTAN no sería lo que es. Convirtió a Margaret Tatcher en líder mundial y después hizo lo propio con Tony Blair, demostrando con ello que “tanto monta monta tanto”, lo mismo en Castilla que en el Reino Unido. Su fortuna personal supera los dos billones de dólares. Su cadena de televisión Fox fue la primera en anunciar que en el Irak de Sadam Husein había armas de destrucción masiva. A través de la misma cadena, él ha enseñado a las televisiones de todo el mundo cómo debe darse un informativo. Gracias a las guerras que ha patrocinado el precio del petróleo en Estados Unidos ha podido mantenerse en ciertos límites y hasta se han bajado los impuestos. José María Aznar es asesor en su Consejo de Administración. En el último trimestre fiscal su compañía ha declarado unos beneficios de sólo 639 millones de dólares, lo que supone una disminución con respecto al mismo período del año anterior, cosa que se atribuye “a un mal comportamiento de la taquilla cinematográfica”. Un reciente asunto de escuchas telefónicas le ha forzado a cerrar este domingo su joya de la corona, el periódico sensacionalista News of the World.

Rupert Murdoch no ha nacido ayer ni ha surgido de manera silvestre. Un antecesor suyo, posiblemente el primero, vino al mundo en Hungría y atendía al nombre de Joseph Pulitzer. Tras emigrar, este pionero adquirió el ruinoso New York World, en cuya edición dominical insertó un suplemento en color (amarillo), consiguiendo con sus noticias escandalosas que en seis años el periódico pasara de vender 15.000 ejemplares a 600.000. En la nueva prensa vio William Randolph Hearst una ocasión para amasar fortuna y poder, para lo que bastaba con demostrar que sus periódicos podían ser tan amarillos como los de Pulitzer, o más. La feroz competencia entre el New York Journal, de Hearst, y el New York World terminó por provocar, mediante toda clase de afirmaciones fraudulentas de una parte y de otra, la guerra hispano-estadounidense de 1898, llamada entre nosotros “Desastre del 98” o “Guerra de Cuba”, a cuyo término el maltrecho imperio español perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, en el Pacífico occidental. Hearst vendió más periódicos que nadie y ganó la guerra contra España, pero Pulitzer instauró la primera escuela de periodismo y unos premios que todavía hoy llevan su nombre.

En la escala de la involución humana, Murdoch, a sus ochenta años, se encuentra a medio camino entre los Pulitzer y Hearst y un porvenir que da miedo. Es el presente, y sería difícil encontrar un mejor portavoz de nuestra época. En su calidad de director y principal accionista de News Corporation, y además del New York Post y el Wall Street Journal, en Inglaterra posee The Times, The Sun, The Sunday Times y, hasta ahora, News of the World, por no hablar de las cadenas vía satélite Fox y Sky y los estudios Fox de Hollywood, a lo que hay que añadir casi todos los periódicos de su originaria Australia; sin olvidar HarperCollins, que sólo en Estados Unidos agrupa a cuarenta editoriales; y, lo que es más importante, su reciente expansión china (la cadena de televisión Star TV), que, además de en la esfera de los negocios, se ha manifestado en forma de la nueva moda cásate con una china, que en el caso de Murdoch es su tercera esposa y lleva el nombre de Wendi Deng.



Murdoch constituye una nueva especie de magnate, cuyas esferas de influencia en el ámbito político y económico reducen a Pulitzer y a Hearst a la categoría de pigmeos; y a Al Capone a la de ingenuo párvulo. Sería interminable la lista de directores de periódico, de cadenas de televisión, de grupos editoriales, de presidentes de gobierno y de hombres de negocios que sueñan con ser recibidos en su yate, el Rosehearty, o en la finca del mismo nombre que posee en el estado de Nueva York, que incluye una playa particular.

Hace unos años, cuando Unidad Editorial adquirió el Grupo Recoletos y el conglomerado resultante empezó a atravesar serias dificultades, Pedro J. Ramírez inició un movimiento de aproximación hacia Murdoch, el cual envió a su lugarteniente, el director del Wall Street Journal, Robert J. Thomson y su esposa (también china) de vacaciones a España, concretamente al chalet mallorquín del director de El Mundo, que poco después se haría famoso por cierta piscina construida en terreno público. Allí hubo interesantes reuniones en las que participaron Ángel Acebes, Alfredo Sáenz (vicepresidente y consejero delegado del Banco de Santander), y Simón Pedro Barceló (copresidente del grupo hotelero del mismo nombre). Y al año siguiente, en 2009, Ramírez presentó en Nueva York su portal elmundo.es América, acto en el que estuvo respaldado por Emilio Botín (Grupo Santander), Florentino Pérez (ACS), Borja Prado (Endesa), Antonio Brufau (Repsol) y Jorge Dezcallar, embajador español que había tenido más de un tropiezo con el mismo Ramírez mientras estuvo al frente del Centro Nacional de Inteligencia. Que nada de esto impresionara mucho al todopoderoso Murdoch no significa que aquí se haya dejado de soñar con él. Y es que entre los medios de comunicación españoles figuran algunos de los que en Europa siguen más fielmente la línea editorial impuesta por Murdoch, así como su peculiar manera de entender y transmitir la información. Cosa que no debería sorprendernos, ni siquiera cuando tales medios son de titularidad pública, como ocurre por ejemplo con Telemadrid.

Pues sucede que el índice de influencia de Murdoch no debe medirse por lo que dicen sus media, o por sus conexiones con las altas esferas de la política y de la economía, sino por su pasmosa clarividencia para imponer a escala mundial sus exitosas técnicas de manipulación informativa, las cuales abarcan desde los colores predominantes en la pantalla durante la emisión de los informativos y la apariencia física de los presentadores hasta el contenido de la información. En lo que respecta a esto último, Murdoch es un digno heredero de Hearst, el cual se jactaba de tener entre sus máximas la de “I make news” (“yo hago noticias”), concepto que va más allá de la básica filtración de noticias, es decir, de la decisión de lo que es noticiable y lo que no, y que alcanza propiamente hasta la misma invención de la noticia, la cual puede convertirse en realidad indiscutible mediante la repetición. Al perfeccionar esta técnica, Murdoch ha conseguido crear un público desinformado ávido de las mentiras a la carta que sus medios le suministran, y esto en todo el mundo, desde Londres hasta Melbourne y desde Nueva York hasta Shanghai. Sus campañas de adoctrinamiento son equivalentes al marketing que inspira a los nocivos establecimientos de comida rápida. Pues de hecho el negocio de Murdoch no reside en la información, sino en la reproducción hasta el infinito de una ideología caracterizada por una inmoralidad radical.

Cuando hace años el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley presentada por el entonces senador Kennedy en contra del monopolio de los medios de comunicación, y que prohibía expresamente que una misma corporación controlase más de un medio en una ciudad, el principal perjudicado debía ser Murdoch, quien poseía periódicos y cadenas de televisión en Nueva York y Boston. El magnate acudió a los tribunales, venció y la ley fue declarada anticonstitucional, lo que supuso entonces (era 1988) un paso gigantesco en la construcción de su imperio. El senador declaró con amargura: “Nada en la Constitución, ni siquiera en la decisión del Tribunal, da derecho a Murdoch a ser el único ciudadano de Estados Unidos que puede comprar una emisora de televisión y poseer un diario en la misma comunidad”. Nada le daba derecho, pero lo hizo. Más recientemente (2009), Murdoch exigió a Amazon que le facilitara información confidencial acerca de los usuarios del lector de libros electrónicos Kindle, y amenazó a Google a fin de que dejara de ofrecer información gratuita de sus medios, información amparada en la doctrina Fair Use y que está contemplada en la Copyright Act de Estados Unidos, que permite el uso limitado de los contenidos publicados “siempre que tengan interés público”.

Murdoch representa el estadio más avanzado y putrefacto de lo que podríamos llamar “la privatización de la información”, en el cual ésta no tiene que obedecer a la verdad (ni siquiera a la conveniencia de un gobierno, como ocurrió hasta no hace mucho), sino al interés de ciertos grupos de presión y a la necesidad adictiva, creada artificialmente, de lo que el público quiere oír. En el mundo de los negocios relacionados con la comunicación, él desempeña el mismo papel que otros con menos fama vienen desempeñando en el de las finanzas desde los tiempos de Ronald Reagan: el del desmantelamiento de los competidores y hasta de los estados, al margen de lo que diga la ley, doblegados todos ellos por la fuerza pura y dura del capital.

Hoy, la noticia de que uno de sus periódicos sobornaba a policías en Inglaterra con el propósito de pinchar buzones de voz de miles de ciudadanos anónimos supone el primer revés que News Corp sufre en muchos años. Un revés al que podrían seguir otros, ya que un tribunal de apelación en Estados Unidos ha anulado parte de la norma de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) que desde 1988 le ha permitido ser propietario de periódicos y cadenas de televisión en una misma ciudad. Nada de esto, sin embargo, indica que haya llegado el momento en que el magnate deba preocuparse, y da la impresión de que el escándalo de las escuchas ilegales tendrá consecuencias más graves para el gobierno de David Cameron que para el imperio de Rupert Murdoch. Y es que a estas alturas ya sabemos de quién es el poder.


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