Plurinacionalidad, Federalismo y Derecho de Autodeterminación
Jaime Pastor
dilluns 28 de març de 2005
La aportación que se quiere presentar en este trabajo se sitúa dentro de una corriente de reflexión, investigación y acción política que, aun siendo minoritaria en el ámbito académico, está conociendo un eco significativo en algunos de los países del “Norte” especialmente afectados por la problemática plurinacional y multicultural.
I
Antes de entrar más concretamente en las cuestiones que encabezan este artículo, creo necesario hacer un breve recordatorio general:
En primer lugar, conviene tener en cuenta uno de los elementos de balance autocrítico que se ha podido extraer del estudio de las transiciones políticas vividas en los últimos decenios: en general, se ha terminado reconociendo que ha habido en ellos una subestimación de un problema fundamental, el de que la legitimación de un nuevo Estado y un nuevo sistema político necesita como requisito “predemocrático” la aceptación por el conjunto de la ciudadanía de pertenecer a un “demos” común en condiciones de igualdad, independientemente del “etnos” al que pertenezcan. Si esto no se da y la condición de formar parte del “demos” aparece asociada a una “etnodesigualdad”, es decir, a unas relaciones de dominación o preeminencia de una etnia o nacionalidad sobre otras, ese Estado o ese sistema político habrán nacido con un déficit de legitimidad ante una parte de la población residente dentro de sus fronteras. En esas condiciones, nos encontraremos con el riesgo permanente de que un sector de la ciudadanía –probablemente minoritario pero significativo en el ámbito territorial más afectado- impugne constante o periódicamente la validez territorial de las decisiones que vaya tomando el poder político, aunque éste se base en una legitimidad electoral y parlamentaria a escala de todo el territorio.
Este problema ha sido más visible en el contexto del proceso de “globalización” actual, ya que, en la medida que muchos de los Estados conocen una crisis de centralidad ante la acentuación de los procesos de interdependencia inter y supraestatal, por un lado, y la reafirmación de las diferencias nacionales y locales, por otro, la homogeneidad nacional forzada sobre cuya base se ha construido la gran mayoría de los Estados sufre una notable erosión externa e interna.
Se está desarrollando así mismo una tendencia mayor a la configuración de bloques interestatales y procesos de cooperación económica y comercial orientados a la creación de espacios macro-regionales comunes, los cuales, si bien conocen tensiones y desigualdades internas importantes y no han logrado (¿todavía?) crear una identificación colectiva superior a la relacionada con cada Estado-nación, sitúan en otro marco la asunción de determinadas competencias por parte de éste (como es el caso de las políticas monetaria, de defensa o de comunicaciones), máxime cuando todo este proceso se está desarrollando bajo la hegemonía de un discurso y un proyecto neoliberales.
Nos encontramos así con el reto de redefinir conceptos “capaces de viajar”, que atiendan a una dinámica cambiante en la que actúan tendencias y contratendencias dentro de un mundo más interdependiente. No se trata de caer en pronósticos simplificadores que anuncian la desaparición de los Estados-nación, pero sí es evidente que el sistema de Estados actual está más jerarquizado que en el pasado y que mientras unos pocos gozan de una “soberanía” mayor, otros muchos se ven más limitados y desafiados por actores muy diversos tanto en el plano global como en el macrorregional o en el interno, configurándose así nuevas redes de poderes y nuevos entramados en los que, mientras se “desterritorializan” unos procesos, otros conocen una “reterritorialización” mayor (ése es el caso, precisamente, de la autoafirmación de la nacionalidad dominante frente a las nuevas migraciones procedentes del “Sur” pero también ante las nuevas demandas de los nacionalismos minoritarios dentro de los Estados del “Norte”) (Pastor, 2002).
Coexisten así viejas y nuevas formas de la “globalización” con una revalorización de lo diferente, de la diversidad, de lo nacional, lo regional y lo local, reflejándose todo ello en la necesidad de avanzar hacia nuevas formas de relación y de asociación entre entes políticos que sean capaces de superar uno de los paradigmas de la Modernidad capitalista: el Estado nacional, entendido como poder público exclusivo en el ámbito de un territorio exclusivamente delimitado y sobre una población homogénea nacional y culturalmente. De esta forma, ideas como soberanía compartida y co-determinación se van abriendo camino, pese a que siguen chocando con fuertes resistencias tanto “desde arriba” como “desde abajo”.
En ese contexto general el lado nacional-cultural de cada persona aparece en muchas partes más visible que en anteriores períodos históricos, jugando así un papel prominente en la construcción de su subjetividad y de su identidad compuesta. A este respecto me parece pertinente la reflexión de Amin Maalouf (1999) cuando recuerda que “la gente suele reconocerse en la pertenencia que es más atacada (...). Esa pertenencia (...) invade entonces la identidad entera. Los que la comparten se sienten solidarios, se agrupan, se movilizan, se dan ánimos entre sí, arremeten contra ‘los de enfrente’ “. Es también en ese marco de agravación de los conflictos de identidad nacional y cultural como cabe entender la reaparición del debate sobre los derechos individuales y los derechos de grupo y la necesidad de superar la oposición entre ambos, tradicionalmente practicada tanto por liberales como por comunitaristas en general. Obviamente, ni todos los derechos individuales son fundamentales ni tampoco lo son todos los colectivos: debemos abordar esa discusión buscando fórmulas de conciliación entre ellos que tiendan a generar más libertad, más igualdad y más solidaridad en todos los planos.
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