Felipe Alcaraz
Los poetas posmodernos y la obra completa de Javier Egea
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01:00h. del Jueves, 31 de marzo
El 14 de abril, en Granada, se presentará por fin el primer tomo de la Obra Completa de Javier Egea, dedicado a la poesía publicada en libros (son siete) a lo largo de su vida. Todo poeta revolucionario corre el riesgo de una segunda muerte, y a Egea le ha perseguido el peligro del olvido y el silencio, ese poder tan fuerte que nadie parece que lo ejerce, pero que es la herramienta clave en mano de esos poetas de la felicidad que recorren España presumiendo de no tener principios. Baste decir que Egea desaparece del 99% de las antologías publicadas en el ámbito estatal en los últimos años, ya que en las casi treinta que se publican sólo aparece en dos: la que compusieron Alberti y M.A. Mateo, y últimamente en la publicada por Marta Sanz. Desaparición, silencio y reinterpretación son, pues, los peligros en que se ha basado esa presunta segunda muerte, que yo creo ha sido al final derrotada.
Uno de esos poetas posmodernos de la felicidad, que van por ahí presumiendo de no tener principios (pero sí finales: vamos a ver dónde termina cada uno), considera que mantener que Egea intentó una poesía materialista implica querer convertirlo en un personaje ridículo. Intento materialista que, entre otros, han documentado Jairo García Jaramillo y Juan Carlos Rodríguez (yo mismo en La conjura de los poetas). Este poeta de la felicidad y los finales (desde luego gana mucha carreras al “sprint”) viene manteniendo esta categoría de lo ridículo de manera constante, desde que en 1992 se preguntó en una conferencia, publicada por Hiperión (“¿Por qué no sirve para nada la poesía?”), si no parece hoy ridícula la idea de que el mundo puede ser transformado. A partir de ahí siempre aplica este término a cualquier intento que se salga de la experiencia normal, de la norma, del sentido común, del canon comercial establecido. Y por eso la emplea de nuevo para retomar, reabsorber, reinterpretar la figura de Egea. Ya que no puede silenciarlo de nuevo, se encamina hacia la reinterpretación.
Desde el silencio, a partir de los años 90, se pasó, a través de la presión de los lectores, a hablar de buen poeta y, ahora, de magnífico poeta. Pero nunca, desde esta visión posmoderna, se ha aceptado el sentido profundo de la (producción y) búsqueda de Egea, que él explicitó de manera inconfundible en una serie de entrevistas y declaraciones a partir de 1980, donde hablaba de una poesía escrita desde el punto de vista de la explotación, que nucleaba lo que él conocía (no otros) como estructura misma de la denominada “Otra sentimentalidad”. Precisamente por eso no quiso ingresar en el grupo, fuertemente liderado por el poeta de la felicidad por excelencia, en el grupo de la poesía de la experiencia, hegemónica durante largo tiempo, y que otro de los componente caracterizó en 1996 (“La experiencia de la poesía”), como la poesía de la socialdemocracia, hablando, casi con términos de un estudio de mercado, de una poesía media, digerible, que debería corresponderse con las clases media surgidas a partir del triunfo de los socialistas.
Pues bien, después de un casi interminable esfuerzo, José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández han puesto en pie, en cuatro tomos, la Obra Completa de Egea, comenzando la publicación por sus siete libros de poesía. Una editorial puntera contrató hace más de 8 años la publicación de una antología, que se iba a llamar “Soledades” y que preparó Egea antes de morir. Antología que nunca vio la luz. Se cerraron casi todas las puertas, y los poetas y pintores de la felicidad, que llegaron a hablar del error testamentario de Egea, lanzaron la larga especie de que la obra estaba secuestrada y, en todo caso, en manos incompetentes y oscuras. Campaña que se rompe ahora con la publicación que nos ofrecen la Fundación Domingo Malagón y Bartleby ediciones.
Egea ha escapado al riesgo del olvido y el silencio. Esperemos ahora que escape al riesgo de la digestión con que intentan convertirlo en papilla una serie de poetas y estudiosos. Esos mismos que han corrido la voz de que era un enfermo, como débil y lastimosa explicación del aislamiento de “Quisquete” (su nombre usual en Granada) y del debate entre el intento de una poesía materialistas (Troppo mare y Paseo de los tristes) y los poetas de la experiencia, que tanto éxito tuvieron a partir del “cambio” auspiciado a partir de 1982.
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