sábado, 5 de enero de 2013

En Cuba no habrá socialismo sin democracia

La urgencia de soluciones económicas se ha hecho tan apremiante en Cuba que lleva al error de relegar la necesidad de la transformación política. ©Inti Gracés








En Cuba no habrá socialismo sin democracia


– 31 diciembre, 2012

Publicado en: EN EL MUNDO

1Aurelio Alonso

Subdirector de la revista de la Casa de las Américas.

Crónica Popular publica el resumen de una conferencia de Aurelio Alonso en La Habana como aportación para que se conozca mejor el debate abierto en Cuba sobre las reformas económicas y políticas.



Afrontamos cambios que no responden solamente a fracasos locales sino de la experiencia socialista del siglo XX. Experimento que se cifró en una serie de equívocos, generados en su mayoría en el estalinismo. No solo en el dogma estaliniano sino en el sistema político institucional que Stalin estableció y en los patrones de la cultura política que generó su conducción.





Comencemos por no engañarnos cuando criticamos. No se trata de que estemos frente al despropósito soviético visto desde la virtud cubana. Nunca llegamos a arraigar del todo una lectura propia, crítica, nacional, diferenciada, y orgánica del marxismo. La visión marxista dominante, la que se mostró incapaz de sortear sus reveses, sirvió también para rechazar y castigar la herejía en Cuba, y esa visión reaparece en cada contexto renovado. Podemos percibir, incluso ahora, cómo nos movemos entre la reticencia con que nos lastra esa visión restando audacia e ingenio en las medidas que se sabe que tenemos que tomar; y al propio tiempo en el triunfalismo cuando se ha puesto de manifiesto un avance.





En la política cubana subsiste la idea de que el derrumbe socialista del pasado siglo fue coyuntural, producto de una conspiración, o de debilidades en la jefatura del Estado soviético de la época, y la reticencia a reconocer un problema estructural en el modelo mismo. Ignoro hasta qué punto es influyente esta visión. Probablemente sea cierto que el derrumbe pudo haberse evitado, dado que la pérdida de competitividad en la economía de la Unión Soviética no reportaba los sesgos de una crisis insalvable. Pero lo que la hizo estallar fue la falta de democracia con la cual había sido construido el sistema, por Stalin y por sus seguidores, incapaces de levantar un régimen de participación comprometida de todo el pueblo en lugar de un poder elitista, centrado en su autoridad y en una deformación de las instituciones políticas.



Una enseñanza que no debemos olvidar en nuestro proyecto: es el socialismo, y no el capitalismo, el que no podrá existir sin democracia. El desafío de la democracia es el desafío definitivo del socialismo, que supone, para nosotros, un camino paralelo, o más bien correlativo, de cambios. Lo que hundió al sistema soviético fue el fracaso político, al no ser capaz de generar la institucionalidad ni la cultura democrática socialista desde donde tenía que ser afrontado y resuelto el retroceso de la economía y el anacronismo del socialismo real.



El derrumbe del socialismo soviético se debió, sobre todo, al fracaso en generar una cultura democrática participativa, sin la cual la institucionalidad política se convierte en un andamiaje sin contenido. Poco significa hablar de «propiedad de todo el pueblo», una entelequia que acaba por enmascarar el dominio total del Estado y la desconexión completa de las masas del acceso a las decisiones, cuando no existen dispositivos que aseguren una participación sistemática efectiva.



Transición socialista

La urgencia de soluciones económicas se ha hecho tan apremiante en nuestro país que lleva al error de relegar la necesidad de la transformación política. Es de esperar que lo que se está haciendo a partir del VI Congreso del PCC conduzca también hacia una gran reforma constitucional o hacia una Constitución nueva, pues el desafío a corto y a largo plazo, en tanto incluye cambios estructurales, va a requerir rectificaciones de la legalidad. Crítica y rectificación debiera ser una base permanente de nuestro pensamiento revolucionario.


Democrático no significa solamente que se gobierne para el pueblo, sino por el pueblo. Y, de no ser así, se me hace difícil entender que se pueda consumar como socialista. Puede ser más justo, más equitativo, más soberano, más solidario, expresivo incluso de atributos propios del socialismo, pero sin los mecanismos que aseguren al pueblo una participación competente y efectiva en la toma de decisiones, es decir, en el ejercicio del poder, no será socialista. Estado socialista consolidado será el que haya logrado encontrar los mecanismos que hagan que el poder emane efectivamente del pueblo, y no de un Buró Político, de un Comité Central o de un Congreso del PCC.



Nuestro desafío se orienta a cambiar componentes de toda nuestra historia socialista. Si actualizar el modelo no implica abordar el desafío del cambio con esta profundidad, no habrá solución socialista.



Me resisto a admitir que exista en Cuba, en el momento actual, un modelo socialista. Percibo en las esferas de conducción un lastre conformista y una inclinación triunfalista, excesivos ambos. Pienso que los cubanos nos encontramos envueltos en un proceso de transición desde una economía muy desordenada, con rasgos estructurales dominantes del modelo socialista soviético, con un índice de riesgos enorme, externos e internos, y con una mezcla de perspectivas complejas y de virtudes explicables solamente en el contexto cubano. Pero todo esto dentro de una transición socialista, ahora hacia un socialismo que pueda sostenerse dentro de las adversidades y los reveses.



Es el socialismo, y no el capitalismo, el que no podrá existir sin democracia

La palabra que con mayor precisión define lo que existe en Cuba hoy no es bienvenida en las esferas políticas, pero es la que considero acertada y no puedo dejar de usarla. Lo que existe en Cuba es un proceso de transición. Transición es un concepto decisivo para la teoría y la praxis del socialismo y no un engendro de los defensores del carril neoliberal. Estamos en una transición: una etapa nueva dentro de nuestra transición socialista. Estamos buscando el camino desde un socialismo fracasado, un modelo de socialismo fracasado, a un modelo de socialismo viable. Tenemos que encontrar un modelo de socialismo viable, sustentable, realizable. Todavía no hemos superado suficientemente los criterios de desarrollo que el socialismo del siglo xx nos impuso.



En Cuba vivimos hoy un dilema entre la conciencia de una urgencia de cambio, la conciencia de una urgencia de encontrar en estos cambios el camino de nuestra transición hacia un sistema socialista viable y, por otra parte, el freno de la incertidumbre, de la cautela, de la duda, del letargo de la audacia revolucionaria impuesto por el rezago del dogma del socialismo del siglo xx como el modelo a buscar en el plano estratégico.

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