Cuando la desesperación de un país invadido llega a límites insospechados y la guerra se apoltrona en las vidas de la gente, el teatro se vuelve un arma provisional para seguir la lucha contra todas las formas de injerencia fundamentalista.
“Cuando regían los talibán por lo menos había seguridad, ahora ya no hay ni eso. Si la situación no mejora pronto, volveré a la lucha armada. Más vale morir con un arma en la mano que vivir como un mendigo, pidiendo limosnas a los que se han beneficiado de la presencia extranjera”, dice el mismo veterano con convicción absoluta.
Mientras tanto, Sardar emplea el teatro como un arma provisional para seguir su lucha contra todas las formas de injerencia fundamentalista. De hecho, le gusta tanto su nuevo papel, que al final terminó como el personaje principal en una pieza de teatro que recorrió 11 provincias de Afganistán en 2008. La pieza, un monólogo llamado AH 7808, trata del doloroso proceso de recuperación de la verdad histórica después de 30 años de guerra. Un tema altamente sensible e inevitable en un país donde más de dos millones de personas han perdido la vida en las últimas décadas.
Para la gran mayoría de las actuaciones se eligieron lugares simbólicos que reforzaran el contenido de la pieza. Uno de estos lugares es el antiguo Centro Cultural de Kabul, levantado por los rusos y hoy totalmente destruido y convertido en hogar para centenares de niños de la calle y drogadictos de la heroína. La atmósfera es tensa.
Durante el primer acto, la esposa de un ministro se levanta entre gritos, rechazando la pieza por reabrir las heridas del pasado. Pide al público que abandone el local y salga con ella.
El público, unas cien personas, en su gran mayoría familiares de personas muertas o desaparecidas, no hace caso y decide quedarse para seguir revisando lo que para ellos nunca se ha ido: el dolor por la muerte de un ser querido. Entre lágrimas y gemidos, cada vez que un personaje lamenta la sangrienta historia nacional, la gente asiente con la cabeza, aplaude o pide que el Gobierno finalmente asuma su responsabilidad: encarcelar a los señores de la guerra, muchos de ellos hoy parlamentarios u hombres de negocios. Para otros espectadores, las lágrimas se transforman en rabia descontrolada.
“La pieza es una importante contribución a la construcción de paz en el país. Pero, a la hora de la verdad, ¿dónde están el gobierno de Karzai y la comunidad internacional? Son unos cobardes y mentirosos. En este país no hay justicia”, dice una señora entre los aplausos de sus compañeras. “Hay que organizarse y hablar con voz colectiva”.
Y esto es lo que ocurrió después de otra función, esta vez cerca de la ciudad de Bamiyan, donde los talibanes destruyeron los antiguos y gigantes budas en 2001: al terminar la pieza de teatro, la gente del lugar formó una asociación de víctimas de la guerra, a fin de reclamar y pedir que nunca se olvide el pasado.
“La pieza nos ha ayudado a superar el silencio impuesto por las autoridades y levantar nuestra voz colectiva para crear un país más justo”, dice el representante de la asociación. “Puesto que nadie nos ayuda, debemos nosotros encontrar formar de resistir la amnesia oficial”.
Bulle la creación escénica – No todas las iniciativas de teatro en el país tienen un declarado objetivo político. Hace poco que el teatro en general se está creando un nicho entre las actividades culturales más tradicionales, como la poesía o la música. La Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Kabul está llena de estudiantes que sueñan con la carrera de actor en un país donde hace muy poco el mero hecho de escuchar música era ya suficiente para jugarse la vida. Hoy en día, existen decenas de grupos teatrales que interpretan a Shakespeare o las tragedias griegas, aunque todavía se censuran guiones escritos por autores afganos. De hecho, casi todas las producciones teatrales tienen que pasar por el Ministerio de Información y Cultura, lo que hace que el contenido de las obras a menudo se oriente a los deseos del ministro y la ideología oficial.
En los últimos tiempos también han surgido varias iniciativas de teatro de base que emplean métodos participativos y de emancipación, como el Teatro del Oprimido y el Teatro Espontáneo. Desde el verano de 2007, y a pesar de ciertos peligros para los integrantes, se realizan una serie de tentativas de aprovechar el teatro para trabajar con los grupos más marginados de la sociedad en varias partes del país, aunque como muchos proyectos, el foco geográfico han sido los grandes centros urbanos y especialmente la capital.
Los participantes son, en su gran mayoría, mujeres de todas las edades, muchas de ellas analfabetas y presentes sin el permiso de sus familias, pero muy entusiasmadas por aprovechar los espacios de libertad ofrecidos por el teatro. A uno de los talleres una de ellas no asistió por haber sido severamente golpeada por su marido, después de que éste se enterara de su participación secreta. Sin embargo, al día siguiente, la mujer volvió diciendo que no quería perder ni un día más su participación, ya que no se había sentido nunca tan respetada y libre como durante el taller.
Además de proveer de espacios de libertad, el teatro participativo fomenta el diálogo sobre temas que muchas veces no se discuten por miedo y desconfianza. Parecería que la gente se autocensura para asegurar su supervivencia. Hoy sólo hay una organización afgana –la Afghanistan Human Rights and Democracy Organization (AHRDO)-, que está intentando crear una plataforma para el teatro participativo.
Asuntos como la violencia doméstica, la corrupción gubernamental, los problemas étnicos o las tradiciones culturales son debatidos con fervor y pasión, aunque la implementación de soluciones concretas en condiciones tan adversas muchas veces parezca un sueño lejano.
Esa misma adversidad ha forjado una fuerza física y espiritual que ha hecho que la gente no se rinda ante nadie ni ante nada, desarrollando de esta manera una admirable capacidad de supervivencia, siempre con la esperanza de días mejores.
“Gracias al teatro participativo, tuve la oportunidad de contar la historia de la muerte de mis hijos por primera vez. Ahora me siento más fuerte y libre, convencida de que vale la pena trabajar por una verdadera democracia en mi país”, afirma entre sollozos una mujer de edad bastante avanzada.
“El teatro me ha ayudado a convertir mis lágrimas en energía para seguir luchando por una vida más digna”, dice Sardar, el ex guerrillero que, como reveló un día, perdió a seis hermanos a manos de un grupo islamista, apoyado entonce por los EE.UU.
Es éste el potencial transformador que tiene el teatro en tiempos de guerra. Es una auténtica arma para la transformación social y política. Hasta la victoria siempre.
Nadie se atreve a restaurar el Teatro de Kabul
Existe una compañía de teatro ligada al Ministerio, el Teatro de Kabul, que tiene actores de renombre y ensaya en el antiguo teatro de Kabul, hoy una ruina que nadie se atreve a restaurar, quizá por temor a verlo nuevamente destruido por algún acto de violencia. También existen varios teatros móviles que prestan sus servicios a las ONGs nacionales e internacionales, y que recorren el país con piezas esencialmente educativas, por ejemplo con temas relacionados con el cultivo y el uso de la droga. Estas piezas, por lo general presentadas en espacios públicos, atraen a una gran cantidad de gente, aunque no está claro si se trata de interés por el teatro mismo o por la falta de entretenimiento. La falta de entretenimiento es tan grande en todo el país que cualquier distracción, por nimia que sea, la gente la aprovecha para llevar sus vidas con un poco de alegría.
HJALMAR JORGE JOFFRE EICHHORN
(Director de teatro)
Artículo publicado en Diagonal, nº 111
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