sábado, 19 de noviembre de 2011
LAS TAREAS PENDIENTES DE LA IZQUIERDA
Las tareas pendientes de la izquierda
– 19 noviembre, 2011
Publicado en: OPINIÓN
8Antonio Gallifa.
Economista.
El 20 de noviembre se va a consumar en nuestro país un triunfo electoral sin precedentes de la derecha, que puede otorgarle —mucho me temo—una mayoría absoluta en el Parlamento, lo cual obliga a que nos detengamos a pensar en el significado político de este resultado, en las causas que han llevado a ello y en las tareas imprescindibles que la izquierda debe abordar para superarlo. Son muchas y complejas las razones que nos han conducido a esta situación, que tiene un origen histórico muy fácil de detectar y que resumiré de forma breve y, por lo tanto, forzosamente esquemática.
Un breve repaso histórico
Desde la desaparición del llamado «bloque socialista», el gran capital, de forma coordinada política o militarmente o mediante la «coordinación» a la que lleva la actuación del «libre mercado», inició una gran ofensiva dirigida a imponer al mundo una única concepción de la economía, y también, por lo tanto, de los sistemas políticos.
Esta ofensiva se llevó a cabo en todos los campos. En el campo teórico, mediante la sacralización de la economía de la oferta y de la microeconomía como «planificador», empujada por la adjudicación, año tras año, del Premio Nobel de Economía a los más destacados apologistas de la influencia «benéfica y armoniosa» del mercado y de la desregularización de la economía. En el terreno político, gracias al debilitamiento de la izquierda en la práctica totalidad de los países europeos y al abandono progresivo, por una gran parte de ella, de sus principios socialdemócratas (1). En el terreno militar, mediante la intervención armada allá donde hubiere riqueza que expropiar o rebeldía a la que sojuzgar. Y, finalmente, en el terreno institucional, mediante la creación de nuevos marcos internacionales en los que había de desarrollarse forzosamente la acción económica.
El primer marco institucional creado para este último fin fue la aprobación, en 1992, del Tratado de Maastricht, que rompía ficticiamente las fronteras económicas entre los Estados miembros de la Unión Europea, establecía la necesidad de una unidad monetaria única y anunciaba la creación del Banco Central Europeo. A ello siguió la imposición, en 1999, de la disciplina monetaria mediante la creación de dicha moneda única, el euro, que impedía que los países de su área pudieran llevar a cabo una devaluación de sus monedas para defender sus balanzas comerciales. Pero que, en contrapartida, les ofrecía y estimulaba, para compensarlo, otra devaluación posible que aumentase su competitividad exterior: la reducción comparativa de sus costes de producción a través de una devaluación de los salarios reales y de los servicios sociales.
Un aumento escandaloso de los beneficios de los grandes centros financieros.
Tras ello, por medio del Pacto de Estabilidad aprobado por el Consejo Europeo en 1996, se estableció un límite al déficit presupuestario al que pudiesen recurrir los países de la Unión Europea para llevar a cabo una política keynesiana de recuperación económica mediante el fomento de las inversiones. Se imponía así un corsé de hierro a la política fiscal y, con ello, a la posibilidad de realizar a través la misma una redistribución de la renta y la riqueza, y dejaba como principal instrumento de política económica, el monetarismo, la política monetaria encomendada al Banco Central Europeo. Su resultado, como era de prever, ha sido, entre otros muchos de perfil similar, un aumento escandaloso de los beneficios de los grandes centros financieros.
Y, prosiguiendo este camino intervencionista trazado por los defensores del ultraliberalismo económico, se estableció la obligación, por parte de los países miembros, de someter a revisión y corrección, por los «técnicos» de Bruselas, de sus presupuestos anuales antes de que pudieran aprobarlos sus respectivos parlamentos. Con ello, estos mismos apóstoles del liberalismo económico establecían la censura previa a las cuentas anuales de cada país. Y con ello, la soberanía económica de cada uno de ellos quedaba cercenada.
Los «mercados»
La consecuencia de todo este proceso, desde el punto de vista político y social, ha sido el protagonismo único de un sujeto económico aparentemente invisible (Adam Smith dixit), los «mercados».
Este sujeto ha acabado imponiéndose a los gobiernos elegidos por los pueblos. Es él el quien dicta a éstos la política económica que pueden y deben realizar. Gracias a él estamos en una nueva era: la democracia está siendo derrotada por los «mercados». Son éstos los que mandan. (Resulta aleccionador recordar a estas alturas la mofa oficial a que fue sometido Julio Anguita cuando, en el debate sobre la entrada en la Unión Europea, argumentaba que ésa no era la Europa de los pueblos, sino la Europa de los mercaderes. Profética Casandra, ¿no?).
Y, como no podía por menos de ocurrir, hay una segunda víctima sacrificada en el altar de estos «benefactores» de la humanidad: el Estado del Bienestar que había sido conquistado paulatinamente gracias a una lucha de años y años salpicada de sangre, de dolor, de sacrificios, de tenacidad y de esperanza.
Ambos aspectos son dos caras de una misma moneda. Porque la democracia no existe cuando no existen derechos económicos de los pueblos.
En el pasado reciente, la inmensa mayoría de los economistas, los magos del tarot, no supieron —o no quisieron— predecir la gravedad de la crisis que ellos mismos habían creado. Ahora, ante esta crisis del sistema capitalista, los profanos sí podemos predecir que los cambios van a ser tan grandes que no podremos predecir cómo será el mundo.
En eso estamos hic et nunc, aquí y ahora.
Aquí y ahora
En la España reciente, los sucesivos gobiernos, inicialmente los del Partido Popular, y posteriormente los del PSOE, han seguido dócilmente esta senda. Pero es este último, el gobierno del PSOE, el que se ha colocado como primero de la clase en este seminario de liberalismo económico y de sumisión política.
Martillazos en la crisma de los trabajadores y del pueblo.
La lección inaugural de este seminario consistió en anunciar la jerarquía de valores que tenían que guiarnos: la Unión Europea, portavoz de los «mercados», era la que mandaba, y el gobierno del PSOE («portavoz» de los súbditos españoles), amenazó con que teníamos que obedecer, porque, si no, sería mucho peor. («No corráis, que es peor»). Este verbo sublime se hizo carne en una cascada de medidas sociales que, aunque sea brevemente, es preciso recordar porque significaron una colección incesante de martillazos en la crisma de los trabajadores y del pueblo en general.
Se congelaron las pensiones, se redujeron los salarios de los funcionarios; se impuso una reforma laboral que reducía sensiblemente las indemnizaciones por despido y que amordazaba a los sindicatos al recortar tajantemente su derecho a participar en la negociación colectiva, dejando con ello indefensos a centenares de miles de ellos frente a sus empresarios; se facilitó el despido gratuito y, cuando no era así, se subvencionaron, con cargo al presupuesto de todos, los ya de por sí reducidas indemnizaciones; se reformó, violando las disposiciones contenidas en el Pacto de Toledo, la ley de pensiones para reducir éstas en el presente y en el futuro…
Por lo que se refiere en concreto a la reforma laboral se argumentó que ello serviría para crear empleo, cuando cualquier aprendiz de economía sabe que una disminución del poder adquisitivo lleva inexorablemente a una reducción de la demanda efectiva y, con ello, a un aumento del paro, como así ha ocurrido: cinco millones de parados.
La dictadura del bipartidismo
En esta singladura, el gobierno del PSOE ha recibido el apoyo parlamentario de toda la derecha, principalmente del Partido Popular, votando a favor de las medidas propuestas o llevando a cabo una vergonzante abstención que significaba más de lo mismo. Únicamente se opuso en el Parlamento, con sus paupérrimos votos que son el resultado de la ley electoral, la izquierda, representada por Izquierda Unida, Esquerra Republicana de Cataluña y el Bloque Nacionalista Galego. Con ello se estaba confirmando el modelo bipartidista que rige en nuestro sistema político.
Este modelo bipartidista se ha manifestado no sólo en la política social, sino también en todo un abanico de medidas políticas. Se inició con la Ley Electoral votada por ambos partidos, que viola escandalosamente el precepto constitucional de que los resultados de las elecciones se han de regir por el criterio de proporcionalidad, y se refrendó al otorgar más tarde a dicha ley el carácter de ley orgánica, que garantizaba que cualquier intento de modificarla careciera de los votos necesarios para lograrlo.
El bipartidismo se ha seguido mostrando en las sucesivas votaciones llevadas a cabo en las Cortes para intentar introducir cualquier tipo de cambio de carácter democrático, y recientemente, al borde del final de la legislatura, se ha llegado a actuar al margen de la Constitución. Siempre se había dicho que era muy difícil reformarla, pero en apenas cinco días (no había tiempo para más) el PSOE y el PP aprobaron la reforma de la Constitución destinada a aplastar la posibilidad de aumentar los gastos sociales, realizada vergonzantemente, esquivando un referéndum preceptivo.
Y finalmente, el gobierno del PSOE, tras conseguir el consentimiento del Partido Popular, y aprovechando que las Cortes estaban disueltas, aprobó la instalación de los escudos de misiles nucleares de Ronald Reagan en nuestro territorio. Y se limitó a anunciarlo en una rueda de prensa, en la que no admitió preguntas
Todo esto no podía quedar impune. Ante este ataque sin medida a las necesidades sociales y este atropello incesante de la voluntad popular, la resignación que había venido instalándose en gran parte de nuestras gentes, quedó pulverizada por la eclosión de un poderoso movimiento de rebeldía y de protesta.
El movimiento 15-M es mucho másEstá de moda decir que la aparición en la escena política del movimiento 15-M es una bocanada de aire fresco en nuestra convivencia. Pero esta frívola definición está dirigida a minimizarlo, porque el movimiento 15-M es mucho más y de mucha mayor trascendencia: es un huracán de indignación y de rebeldía. Significa, con todas sus carencias y contradicciones —qué movimiento social no las tiene— una aparición de las masas en la expresión de la conciencia ciudadana, una valiosísima contribución a la repolitización de dicha conciencia, una denuncia masiva de las lacras de nuestro sistema político —y, particularmente, de la inmensa corrupción de la que está impregnado—, una nueva forma de ejercer la democracia en su seno, una contestación en todos los ámbitos de la vida pública, un mensaje permanente a la sociedad sobre sus graves carencias, un ejemplo para el mundo de cómo se puede articular la radicalidad de las protestas con la actuación pacífica.
El movimiento 15-M es un nuevo sujeto político de una inmensa importancia, que se ofrece a nuestra sociedad para contribuir a cambiarla e introducir en ella la democracia. Entre ellos y los partidos políticos de la izquierda real —otros sujetos políticos— pueden crear un marco nuevo que permita invertir la situación actual, avanzar en el fortalecimiento de la democracia… e ir más allá, quizá mucho más allá.
Aquí y el futuro
La victoria electoral del Partido Popular constituye una derrota estrepitosa del PSOE o, mejor dicho, de la política llevada a cabo por su dirección, pero no lo es para la izquierda real, que, de forma presumible, avanzará sensiblemente en su representación parlamentaria. A unos y a otros les corresponde obligatoriamente extraer de ello conclusiones que les permitan crear el marco político necesario para vencer.
Al PSOE le corresponde realizar una catarsis, en cuyo contenido y formalidades no puedo ni debo entrar, que le aúpe a un mínimo de contenido socialdemócrata y a una actuación consecuente con ello.
Pero sí puedo —y creo que debo— entrar en el campo que concierne a la izquierda real, que también debe extraer sus conclusiones propias.
Han avanzado en apoyo popular los partidos políticos que representan a esta izquierda real, y este avance habría sido mucho mayor electoralmente si hubieran sabido presentar un frente electoral común. Este frente común se presenta como una necesidad imperiosa en el período que se avecina. Ello se ha intentado en período preelectoral, pero el egoísmo electoral y el sectarismo partidario de algunos lo han hecho imposible. Esperemos que se extraigan conclusiones por parte de todos, porque este frente común de toda la izquierda real es algo imprescindible para presentar una batalla política en la sociedad, en la calle, en las empresas, en las instituciones, en el Parlamento, en las organizaciones vecinales, en los centros de trabajo y de estudio…
Esto podría traducirse en un amplio frente de la izquierda en el que coincidan para la lucha, sin necesidad de adscripciones formales, partidos políticos de la izquierda, movimientos sociales —no hace falta que los mencione— asociaciones culturales y de barriada. Y, cómo no, los sindicatos.
Aunque, de momento, parezca difícil, todo esto debería traducirse en una convergencia con el movimiento M-15 para luchar por los objetivos comunes, que no son opuestos, sino paralelos. Para ello, en el seno de éste debería abrirse también la reflexión acerca de la necesidad de la actuación política y de esta convergencia, y en el seno de los partidos políticos, la eliminación de prejuicios sobre dicho movimiento.
En la búsqueda de esta convergencia social, que es lo único que puede garantizar el avance y la victoria frente a la derecha, el periódico desde el que escribo, Crónica Popular, con su pluralismo dentro de la izquierda, ofrece a través de sus páginas, como lo ha venido haciendo desde sus comienzos, su colaboración militante.
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Notas
1. Un claro ejemplo de ello fue, en España, el abandono del marxismo, impuesto por Felipe González al PSOE, y la consecuente remodelación de sus objetivos y programas políticos, con una clara renuncia a combatir o simplemente corregir el sistema capitalista.
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