martes, 24 de abril de 2012

EL ASCENSO IGNORADO DEL CANDIDATO MELENCHON DEL FRENTE DE IZQUIERDAS EN FRANCIA

Las políticas de Jean-Luc Mélenchon no son fantasías de extrema izquierda Philippe Marlière · · · · · 22/04/12 Soberbiamente ignorado por los medios de información hasta hace bien poco, Jean-Luc Mélenchon es el nuevo sabor del día de la campaña presidencial francesa. La verdad es que, mientras intentaban dar cuenta de su espectacular ascenso en las encuestas – los últimas noticias le sitúan en un 17% del voto –, la mayoría de los comentaristas no podían evitar mostrar su desprecio por el candidato del Frente de Izquierda. Un vistazo a los principales artículos publicados recientemente en los medios británicos proporciona un convincente caso de estudio del prejuicio político y la incomprensión. Se describe a Mélenchon como "pendenciero anti-anglosajón con voz de quejica” (The Independent), un "populista" que se sitúa en "la extrema izquierda" (todos los periódicos) y un "bravucón y narcisista que va por ahí provocando "(la BBC). Comentarios más comprensivos le comparan con George Galloway o le retratan como "instigador de la extrema izquierda", "inconformista" y "perro de presa del anticapitalismo". Resulta llamativo que las valoraciones más favorables de la política de Mélenchon yerren asimismo el tiro. Mélenchon aparece como un "izquierdista adorable, pero anticuado". Así no se consigue captar la esencia de sus ambiciones políticas. El ascenso de Mélenchon nada tiene que ver con la "nostalgia y la política al estilo de los 70" sino que guarda relación en cambio con su resuelta postura sobre la actual crisis capitalista. Les dice a sus oyentes que las medidas políticas de austeridad aplicadas en toda Europa no solo son injustas sino también contraproducentes (hasta el Financial Times está de acuerdo). Las habilidades para el debate de Mélenchon prestan un buen servicio a su causa, pero se trata también de un pedagogo instruido: un político digno que nunca ha participado en vulgares “reality shows”. Lo que es más, Mélenchon es un republicano francés y un socialista, no un político de "extrema izquierda" o en los márgenes. Pasó treinta años en el Partido Socialista sosteniendo sin éxito que éste debería ser una fuerza al servicio de los trabajadores comunes y corrientes, y fue ministro en uno de los gobiernos de Lionel Jospin. La oratoria resulta políticamente inútil si carece de un mensaje importante que transmitir. Mélenchon tiene uno: el neoliberalismo ha fracasado, por lo cual sería suicida insistir en sus inadecuadas medidas políticas. El europarlamentario dispone también de un programa creíble. En discursos didácticamente trabajados o en entrevistas con los medios, se aparta radicalmente de los políticos convencionales, explicando que la crisis económica es sistémica, lo que significa afirmar que se debe a opciones y prioridades políticas viciadas. Nuestras sociedades nunca han sido más productivas y opulentas que hoy, pero la mayoría de la población se está empobreciendo pese a trabajar cada vez más duro. El problema no es cuestión de producción de riqueza (como a los neoliberales y a los socialdemócratas de Blair les gustaría hacernos creer) sino de redistribución de riqueza. En Francia, expertos y oponentes enfurecidos tachan el programa del Frente de Izquierda de "pesadilla económica" o "fantasía delirante". ¿No deberían utilizar esta terminología para describir la debacle bancaria o las políticas de austeridad en toda Europa? El creciente número de seguidores de Mélenchon lo considera sentido común y bien saludable: imposición fiscal del 100% a las ganancias por encima de 360.000 euros, pensiones íntegras para todos a partir de los 60 años, reducción de las horas de trabajo, aumento del 20% del salario mínimo; además, el Banco Central Europeo debería prestar a los gobiernos europeos al 1%, como hace con los bancos. He aquí unas cuantas medidas realistas para apoyar a poblaciones empobrecidas. ¿Es esto una revolución? No, es reformismo radical: un intento de detener las formas más insoportables de dominación y privación económicas en nuestras sociedades. Puede que los jefazos de los potentados se marchen de Francia; les substituirán otros más jóvenes y competentes que trabajarán por un porcentaje de su salario. "¡Lo humano, primero!" es algo más que el título de un manifiesto, es un imperativo democrático: una Sexta República en lugar de la actual monarquía republicana, la nacionalización de las empresas energéticas (pues las fuentes de energía son bienes públicos) y, lo que se advierte mucho menos, una planificación ecológica de la economía, núcleo del proyecto político de Mélenchon. Mélenchon le ha hecho otro favor más a la democracia francesa. En un memorable debate televisivo, derrotó rotundamente a la extrema derecha por vez primera en treinta años. Concentrándose en los detalles políticos, demostró Mélenchon que el programa de Marine Le Pen era regresivo para las mujeres. Además, hizo trizas el mito del Frente Nacional como partido que pone a la clase obrera en el centro de sus intereses. Dio toda la impresión de que Le Pen se quedaba sin palabras, incómoda. La campaña de Mélenchon politiza a los jóvenes. Apela a la clase obrera, la cual, contra lo que argumentan algunos, ha rechazado en buena medida a Le Pen, y que ha ido absteniéndose de votar. Por primera vez en decenas de años, Mélenchon está contribuyendo a que la izquierda vuelva a conectar con las clases populares. Para Mélenchon, la política del libre mercado no funciona e inflige a la gente un sufrimiento innecesario. Ningún otro político europeo está mejor situado que él para sostener ese argumento. Philippe Marlière es profesor de Política Francesa y Europea en el University College de Londres

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