Pascual Serrano, Carlos Fernández Liria, Belén Gopegui y Santiago Alba
Rebelión
El pasado 9 de enero escribía en Público el eurodiputado Luis Yáñez-Barnuevo su posición respecto al incidente con el gobierno cubano que no le permitió entrar a la isla. Yáñez comienza con una oda a a libertad:
Desde muy joven sentí que la libertad era una necesidad vital del ser humano que se valora especialmente cuando no se tiene, y entonces en España carecíamos de libertad. Ingresé en el clandestino PSOE en 1962, con 19 años, para luchar por la libertad. Quiero decir con ello que un demócrata, antes que socialista, popular, liberal, cristiano o de cualquier ideología, debe ser un defensor de las libertades.
Para, a continuación, acusar a Cuba:
Por todo ello, para mí la lucha contra la patología totalitaria de la derecha –que es el fascismo– y la patología totalitaria de la izquierda –que es el comunismo cuando llega al poder– es la misma lucha. No hay socialismo sin libertad pero es que, además, el comunismo en el poder empobreció, y empobrece, las condiciones materiales de sus pueblos, además de privarles de la libertad.
Y propone:
¿No podríamos PP, PSOE, IU, PNV y CiU mantenernos unidos en la defensa de la libertad allí donde se conculca, sea cual sea el disfraz que adopten los liberticidas?
Me pregunto de qué libertad habla el eurodiputado socialista: ¿La libertad de Cuba para poder comerciar con el resto del mundo? ¿La de poder comprar medicinas y tecnología médica? ¿La de poder recibir sin limitaciones las visitas de sus familiares residentes en Estados Unidos? Imaginemos, por ejemplo, un ciudadanos somalí en la Gran Vía madrileña. ¿Qué libertad tiene? Será encerrado en un centro de internamiento para emigrantes si no dispone de papeles. No puede buscar trabajo. Si no tiene dinero, ¿dónde está su libertad para viajar? O para tener una vivienda donde no morirse de frío, ¿puede ser libre sin dinero para comer? Si no le enseñaron a leer, ¿es libre para informarse? Y en nuestro país, ¿acaso no existen ciudadanos sin libertad para para presentarse a las elecciones? ¿No existe ningún partido ilegalizado ni ningún periódico cerrado? ¿Somos libres los españoles para poder criticar al rey -y toda la familia real y el príncipe-? ¿Libres para pedir transparencia en sus negocios? ¿O acaso esas críticas no son castigadas en nuestro país con pena de prisión que puede llegar hasta dos años? (Arts. 490.3 y 491.2 del Código Penal) ¿Es libertad la tortura y los malos tratos policiales denunciados en el informe anual de Amnistía Internacional? ¿Eran libres los presos secuestrados por la CIA que pasaron por nuestros aeropuertos? No escribió nada en la prensa Luis Yáñez cuando hace unos años el viceministro cubano de Educación, Rodolfo Alarcón, no pudo entrar a España invitado por la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE). Ni tampoco cuando, durante la Cumbre de Jefes de Estado de la Unión Europea en Barcelona, ocho autobuses fueron bloqueados en la frontera con Francia y al menos ocho mil personas se quedaron sin poder entrar en España, según denunció entonces la organización ATTAC.
Al hilo de su impedimento para entrar en Cuba dice Yáñez que “altas autoridades del poder cubano entran sin problemas en Europa y realizan su agenda en el Parlamento Europeo sin la menor cortapisa. Esa es la grandeza de la democracia”. En cambio no pueden entrar en Estados Unidos, ni siquiera en varias ocasiones al edificio de la ONU en Nueva York. ¿Dirá el eurodiputado que no hay democracia, por tanto, en Estados Unidos? ¿Irá allí también a protestar? Y Europa, ¿deja entrar a seres humanos del Tercer Mundo cuando no son “altas autoridades del gobierno”? ¿dónde queda entonces la libertad que proclama?
En su concepto de libertad, Yáñez habla de “poner a las personas por delante de abstracciones como la Patria, el Partido, Dios, la Revolución o las Ideologías”. Como señaló Salvador López Arnal en rebelion.org, ¿por qué el eurodiputado no incluye entre estas abstracciones el mercado, el capital, el máximo beneficio empresarial, la rentabilidad, la competitividad y términos afines? ¿O es que quizás -en su socialismo- esos sí van por delante de la libertad?
Dice también que ha “condenado el golpe de Estado en Honduras en este mismo periódico, porque era y es un gravísimo atentado contra la democracia y la soberanía popular”. Pero no mostró interés por ir a ese país a reunirse con los opositores, quizás porque algunos están en prisión, otros asesinados y su presidente legítimo asilado en una embajada.
No puede estar exento de contradicciones un artículo como el de Yáñez que afirma algunas tan absurdas como que “yo no había organizado ninguna cita o reunión en Cuba, pero sí 'pensaba' (¿leyeron en mi cerebro?) llamar a algunos de mis amigos como Manuel Cuesta Murúa, líder de la Corriente Progresista de Cuba, miembro de la Internacional Socialista, o Elisardo Sánchez, presidente de la comisión cubana de Derechos Humanos”. No había organizado ninguna cita ni reunión pero sí iba a llamar a algunos opositores. ¿Iba hasta La Habana para llamarlos porque no podía hacerlo desde Madrid? Y puestos a preocuparse por la libertad en Cuba, ¿por qué no se planteó visitar la prisión de Guantánamo? O al menos intentar llamarles también.
Al señor Yáñez-Barnuevo le importa un pimiento la libertad de la que tanto habla. Por eso no ha intentado viajar a Gaza, ni a Bagdad, ni a los campos de refugiados en Afganistán, ni a Arabia Saudí, ni a Marruecos ni a ningún otro país de África, de esos que disfrutan de un “marco de libertades” como el que propone para Cuba.
Termina el eurodiputado afirmando que “el futuro de Cuba le corresponde decidirlo a los cubanos. Desde fuera, a los que tenemos a Cuba en el corazón nos toca expresarles nuestra solidaridad y simpatía”. Quizás lo que le moleste es que no le dejen expresar su solidaridad de la misma manera que se la estamos expresando a los afganos. Y sí, estamos de acuerdo: el futuro de Cuba, como país soberano que es, le corresponde decidirlo a los cubanos. El futuro y el presente, habrá que añadir, y precisamente desde esa soberanía han decidido no aceptar una presencia que consideran inoportuna.
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