Se celebraron recientemente “elecciones democráticas” en Honduras, se embarcó a Manuel Zelaya rumbo al exilio, calló la comunidad internacional (especialmente la occidental –Estados Unidos y la Unión Europea-, aunque no sólo), los medios de comunicación mayoritariamente se envainaron sus ataques y sus críticas para mejor ocasión (Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador o Argentina ya les brindan una munición más propicia y acorde con los intereses de sus patronos), la opinión pública permaneció anestesiada y, gracias a la combinación de todos estos factores, se ha transmitido la sensación de que la “normalidad” se ha reinstalado en ese lejano y humilde enclave (para nosotros, prácticamente insignificante), de América Central. ¡Qué hermoso resulta todo cuando todo sale tan bien!
Y sin embargo, la única “normalidad” que continúa padeciendo el pueblo hondureño es la de la represión sistemática y brutal, tan terriblemente cotidiana como pertinazmente silenciada. La más reciente denuncia al respecto la ha emitido el eurodiputado de Izquierda Unida, Willy Meyer, cuando, en su intervención ante el Parlamento Europeo se refirió al asesinato, el pasado lunes 15 de febrero, del sindicalista Julio Fúnez Benítez, al tiempo que relataba otros muchos casos de tortura e intimidación que el movimiento popular contrario a legitimar la operación golpista en Honduras continúa sufriendo.
La Policía y los grupos paramilitares gozan en aquel país de total impunidad por parte de las autoridades políticas a las que el golpe de Estado perpetrado en junio de 2009 ha reinstaurado en el poder, y por lo tanto, no han cesado en absoluto los abusos y los crímenes que se cometen contra los integrantes del denominado “Frente Nacional de Resistencia Popular” (en forma de asesinatos, torturas, persecuciones administrativas y hasta desapariciones, lo que nos evoca otros lugares y otras épocas tenebrosas en la dramática y convulsa Historia de América Latina). Obviamente, el objetivo de toda esta campaña de terror reside en la pretensión de amedrentar y desmovilizar a aquellos sectores de la sociedad hondureña que han plantado cara con enorme coraje a las oscuras maniobras de los poderes fácticos de su país y que únicamente aspiran a algo tan simple y que, a priori, debería concitar el elogio y el respaldo general, como la vuelta de la legalidad democrática y constitucional que esos mismos poderes fácticos se encargaron de arrebatarles.
A Julio Fúnez Benítez (miembro del Sindicato de Trabajadores del Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados, y que había participado en la I Asamblea del Frente Nacional de Resistencia Popular celebrada en Siguatepeque), le acribillaron a balazos en la puerta de su casa. Tres días antes, el 12 de febrero, a Hernán Reyes, también vinculado al FNRP, le secuestraron los paramilitares, que le sometieron a una sesión intensa de torturas para tratar de sonsacarle información acerca del movimiento de resistencia, lo que casi le cuesta la pérdida de un ojo. Porfirio Ponce, que milita en el Sindicato de Trabajadores de la Industria de Bebidas y Similares, se encontró con que unos hombres, que se identificaron como agentes de la Policía, se dedicaron a allanar y destrozar su vivienda. Una semana antes, los cuerpos de Seguridad del Estado arrestaron a Edgar Martínez (otro militante de FNRP), junto con su esposa y el resto de sus familiares. A todos ellos les mantuvieron durante dos días encerrados, siendo torturados.
Estos nombres, estos atropellos, estas ignominias, constituyen hechos conocidos; muy probablemente una ínfima parte de lo que en realidad sucede en Honduras. ¿Cómo reaccionan las grandes potencias e instituciones que tanto se indignan en otros casos y por otros motivos similares o, incluso, infinitamente menos graves? ¿Qué postura han adoptado los Estados Unidos, por ejemplo, o la Unión Europea, que ahora preside el Gobierno de España del “socialista” José Luis Rodríguez Zapatero? ¿Acaso esta campaña de dura represión, que se prolonga ya desde hace demasiados meses y que amenaza con perpetuarse, resulta compatible con los principios que, según proclaman nuestros mandatarios, deberían regir la política de las relaciones exteriores de la UE y, por ende, del Estado Español? Reflexionemos mínimamente sobre ello porque, para nuestra desgracia y, muy especialmente, para desgracia de los pueblos a los que nuestro cinismo y nuestra hipocresía acaban condenando a un futuro sin porvenir, Honduras no se erige en el único supuesto donde nuestros gobernantes funcionan con la doble vara de medir que le dictan unos determinados intereses económicos y geoestratégicos.
lunes, 22 de febrero de 2010
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